Será de barro
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Ya
existían otras aves: lechuzas, cotorras, calandrias, zorzales, pero
horneros, no.
Y
como recién empezaban, no tenían ni idea de cómo hacer una casa donde cobijarse.
Así
que para pensar en el asunto se pusieron a caminar, que es como aparecen las
ideas. Eso sí: sacando pecho y muy serios, como caminan los horneros.
Pasaron
por la laguna y se encontraron con la rana. Entonces, confiados, le preguntaron
si ella tenía alguna idea de cómo podrían hacer su casa.
-
Los mejores nidos los hacen los pájaros con juncos acá en el agua –dijo la
rana- Son muy frescos. Yo les puedo ayudar a hacerlo.
Pareciéndoles una buena idea, los horneros se pusieron a cortar juncos, hasta que oyeron a la rana
cuchichearle a la vecina:
- El
nido que harán estos tontos es justo lo que necesito para poner mis huevos.
Y
los horneros, que serían confiados pero de tontos no tenían ni una pluma, ahí
nomás abandonaron la laguna. Después continuaron caminando en silencio,
observándolo todo para encontrar inspiración.
En
eso, desde atrás de unos yuyos les salió al paso el zorro.
-
Sean bienvenidos vecinos. ¿Los puedo ayudar en algo?
Los
horneros le preguntaron si él sabía cómo podrían hacer un nido.
-
Las aves hacen sus nidos livianos y frágiles como ellos mismos –les dijo el
zorro, que andaba siempre hambriento y la idea de unos pajaritos tiernos le
hacía agua la boca-. Y no los hacen en lo alto donde correrían peligro de
caerse los futuros pichones, sino cerca del suelo, ¿me explico? Y agregó: “Yo
les puedo indicar el lugar perfecto donde hacerlo. Es por acá…”
Los
horneros lo siguieron, pero como tienen muy buen oído, mientras caminaban tras
él lo oyeron murmurar entre dientes: “¡Mmnnn, ñam, ñam. Qué deliciosos
pajaritos!”. En un abrir y cerrar de ojos, los dos horneros volaron del lugar
dejando al zorro sin almuerzo.
Cuando
se habían alejado lo suficiente, bajaron a tierra y se encontraron con la
víbora que se asomaba del hueco de un árbol caído. Después de los saludos, los
horneros le preguntaron si ella tenía idea de cómo podían hacer un nido.
-¿Para
qué quieren un nido? –dijo la víbora que, sin conocerlos, intuía que esos dos
eran muy trabajadores-. En este hueco que encontré cabemos de sobra los tres.
Hay que limpiarlo un poco y verán qué lindo.
Pero
sospechando que esta señora tampoco jugaba limpio, los horneros se alejaron
diciendo: “Muchas gracias, nos tomaremos un tiempo para pensarlo”.
Después
caminaron y volaron por los alrededores, y la tarde voló con ellos.
Estaba
anocheciendo cuando llegaron adonde se levantaba un alto y perfumado paraíso
que tenía enfrente un horno de barro abandonado.
Se
detuvieron allí y se quedaron mirando el horno pensando que tal vez era el nido
de algún vecino.
En
eso, del hueco del horno, se asomó una lechuza de plumas blancas.
-Buenas
noches –saludaron los horneros-. Nos llama la atención su casa, señora. ¿Nos
contaría cómo la construyó?
- No la construí yo –dijo la lechuza, amable, con voz
rasposa-. Dicen que la hizo un hombre. La encontré abandonada y me instalé. Por
lo que pude oír está hecha con barro.
-¿Barro?
-
Sí, una mezcla de tierra húmeda con raíces. Cuando se seca queda muy fuerte. Es
la mejor casa que tuve: fresca en verano, cálida en invierno.
Los
horneros, que de tontos no tienen ni una pluma, se dieron cuenta enseguida de
que esta señora no los engañaba.
Se
miraron un rato en silencio como si se estuvieran leyendo el pensamiento, y
después dijeron a coro: “Qué buena idea. Será de barro”.
Entonces,
se despidieron de la lechuza y fueron los dos a pasar la noche en lo alto del
dulce paraíso.
Por
la mañana, muy temprano, volaron hasta encontrar la rama del árbol que más les
gustara y con un canto de notas claras que eran como sonoros besos, se pusieron
a trabajar para construir su casa. Juntos, como hacen los horneros.
Y
les salió bien la casa de barro. Tan bien les salió que aunque pasó mucho pero
mucho tiempo desde aquella mañana, los horneros de hoy siguen haciendo su casa
de la misma manera.
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