martes, 28 de abril de 2020

PARA LOS PEQUES NUEVA COLECCIÓN PUDÚ


Entremos en el Bosque:

Si huele lindo a madera
y es blando cuando pisamos
es que entramos en el bosque;
¿vamos a ver qué encontramos?



Ya salió a la luz esta amorosa colección en cartoné para los más chicos con los animales de los distintos biomas de Argentina: el bosque, la selva y el mar. Lleva textos de una servidora y las preciosas y super coloridas ilustraciones de Loreto Salinas. ¿La editorial?: Ojoreja


Un huemul come goloso
escondido tras las hierbas:
¿por miedo o por vergonzoso?



Los que siguen son algunos de los lugares donde los pueden encontrar:






Vamos a la Selva:

Húmeda y calurosa,
verde el suelo, verde el techo,
caminamos por la selva
entre árboles y helechos.














QUE PASE EL QUE SIGUE



(Interior del consultorio del doctor Clemente que, asomado a la puerta, llama a los pacientes.)

Doctor: ¡Que pase el que sigue!
(Entra una señora.)
Doctor: (Sentado a su escritorio, con lapicera en mano, pregunta para anotar en la historia clínica.) ¿Usted se llama...?
Señora: Juana.
Doctor: (Repite anotando.) Juaanaa.
Señora: Sí, doctor, y estoy sana.
Doctor: ¿Sana? ¿Y entonces para qué vino?
Señora:  Para ensayar.
Doctor: ¿Ensayar?
Señora:  Sí, para cuando me vaya a enfermar. Hay que prepararse.
Doctor: Pero, señora, eso es adelantarse.
Señora: Es que soy propensa al llanto, temo sentir espanto.
Doctor: (Consultando su reloj pulsera.) Señora, usted se está adelantando y yo me estoy atrasando.
Señora: Bueno, disculpe doctor, paso otro día mejor.
(Sale la señora y el doctor Clemente vuelve a llamar a un paciente.)
¡Que pase el que sigue!
(Entra un hombre.)
Hombre: (Habla antes de sentarse.) Doctor, estoy preocupado.
Doctor: Bueno, mi amigo. Me lo cuenta cuando esté sentado.
(Cuando el hombre se sienta.)
Doctor: Me dejó la puerta abierta.
(El hombre se levanta y va a cerrar.)
Doctor: ¿Qué me iba a contar?
Hombre: (Cuando vuelve, antes de sentarse.) Que estoy muy preocupado.
Doctor: (Le señala la silla.) Me lo cuenta cuando esté sentado.
(Cuando el hombre está en la silla.)
Doctor: Mejor vaya a la camilla.
Hombre: (Habla mientras va a la camilla.) Como le contaba doctor, estoy muy preocupado.
Doctor: Sí, pero me lo cuenta cuando esté acostado.
(El hombre se acuesta en la camilla.)
Doctor: Sáquese las zapatillas.
Hombre: (Mientras se saca las zapatillas.) ¿Cómo, me va a revisar?
Doctor: Sí, se va a tener que sentar.
Hombre: (Sentado en la camilla.) ¿Y, doctor, puedo contar?
Doctor: Me dijo que está preocupado, pero ahora póngase de costado.
Hombre: Sí, doctor, muy angustiado...
Doctor: A ver, póngase del otro lado.
Hombre: (Dándose vuelta.) Pero, doctor, ¿me va a escuchar?
Doctor: Sí, amigo, pero se tiene que parar.
Hombre: (Poniéndose las zapatillas.) ¿Ya terminó de revisar?
Doctor: Sí, ahora me puede contar. Pero antes le aclaro que usted está sano.
Hombre: Eso ya lo sé, el enfermo es mi hermano.
Doctor: ¿Era eso lo que quería contar?
Hombre: Sí, doctor. Me preocupa que él no quiera entrar.
Doctor: ¿Qué es lo que lo asusta?
Hombre: Los remedios no le gustan.
Doctor: Bueno, dígale que se calme y que vuelva otra tarde.
(Sale el hombre. El doctor se asoma y los llamados retoma.)
¡Que pase el que sigue!
(Entra un señor mayor.)
Doctor: ¿Cómo anda abuelo?
Señor mayor: Ay, m’hijito, siempre por el suelo.
Doctor: Bueno, abuelo, ésa no es sorpresa.
Señor mayor: Pero mire cómo tengo la cabeza.
Doctor: (Revisándolo.) Veo unos cuantos chichones.
Señor mayor: Y cuarenta moretones.
Doctor: Abuelo, no debe usar chancletas para andar en bicicleta.
Señor mayor:¿Le parece doctor?
Doctor: Claro, abuelo, es lo mejor. Y ahora, vaya, vaya.
(Sale el señor mayor del lugar y el doctor vuelve a llamar.)
Doctor: ¡Que pase el que sigue!
(Entra una madre con su hija.)
Madre: Buenas tardes, doctor, aquí le traigo a mi hija.
Doctor: (A la hija.) ¿Qué es lo que te anda pasando, querida?
Hija: Cuando voy a la escuela siempre me duele la muela.
Madre: ¿Tendrá algo grave, doctor?
Doctor: (A la madre.) Señora, para esa clase de dolor se equivocó de doctor. Le recomiendo a la doctora Manuela, le dejará bien la muela.
Madre: Gracias, doctor.
(Salen Madre e Hija. Se asoma el doctor Clemente y ya no queda ningún paciente.)
Doctor: (Al público.) Desde la nena hasta el anciano todos están de lo más sanos. El consultorio voy a cerrar, ¡nadie se quiere enfermar!

lunes, 27 de abril de 2020

COQUETA



EL TIEMPO ES ORO


(Una señora llama, muy impaciente, a la puerta de una mercería)           
Doña Úrsula: ¡Don Luis! ¡Don Luis! ¡Abra el negocio y atiéndame, por favor, que estoy muy apurada!

Don Luis: (Voz en off) Pero, señora, es temprano, abro dentro de media hora.

Doña Úrsula: ¡Ya lo sé! Pero es que tengo que ganar media hora. ¡La necesito!

Don Luis: ¿Cómo que tiene que ganar media hora?

Doña Úrsula: Si me deja entrar le explico, porque acá me estoy muriendo de frío.

Don Luis: Bueno, está bien, ahora le abro. (Y enseguida) Entre.

Doña Úrsula: ¿Sabe lo que pasa don Luis?

Don Luis: ¿Qué, señora?

Doña Úrsula: Ayer tuve tantas cosas que hacer que en un momento de distracción perdí media hora.

Don Luis: ¿Y con eso?

Doña Úrsula: Ayer perdí esa media hora y hoy estoy dispuesta a recuperarla, ¡sea como sea! El tiempo es oro, decía mi abuelo que en paz descanse.

Don Luis: Usted recupera su media hora pero me la hace perder a mí, porque ahora mismo yo tendría que estar desayunando, si no quiero, como usted dice, perder el tiempo.

Doña Úrsula: ¡Pero usted tiene tanto tiempo don Luis! Siempre anda por ahí desperdiciándolo: visitando a sus amigos, escuchando música, leyendo, cuidando las plantas.

 Don Luis: Pero eso no es desperdiciar el tiempo, señora.

Doña Úrsula: ¿Cómo que no? ¡Si todos hicieran lo que usted hace, nadie haría nada! ¿No le sobra una media horita que en todo caso me pueda prestar?

Don Luis: Imposible señora. Mi media hora no le serviría de nada.

Doña Úrsula: ¿Por qué no me serviría?

Don Luis: Porque yo le puedo prestar media hora, pero mire si le toca justo la media hora de charlas con los amigos, de paseos por el parque o de contemplar el atardecer, eso a usted no le sería útil. Su tiempo no es compatible con el mío.

Doña Úrsula: Así que tenemos tiempos distintos. Todos los días se aprende algo nuevo. Bueno, me voy a lo de la verdulera. A ella no la vi nunca contemplando un atardecer. Así que, ¿quién le dice?, tal vez tenga del mismo tiempo que el mío y me puede prestar una media hora. Hasta luego, don Luis. Vaya, vaya a desayunar, no pierda el tiempo que el tiempo es oro.

(Sale)


jueves, 23 de abril de 2020

PAJARITOS EN LA CABEZA



BARCO QUE VUELA



Por el azul nada un barco
imposible de amarrar:
mástil blanco, blanca vela,
este es un barco que vuela.
Empujado por el viento,
vuela por el firmamento.

Mientras yo mira que mira,
el barco se desperdiga.
Y lo que empezó siendo un barco
en tres barquitos termina.

Luego, uno se hace león,
otro un pequeño ratón;
el tercero se oscurece
y se vuelve nubarrón.

martes, 21 de abril de 2020

GIF



lunes, 6 de abril de 2020

A CALLAR LAS CHARLATANAS (de los cuentos de De cómo fue)








Aunque parezca mentira, en un tiempo muy lejano la lechuza era la encargada de anunciar el comienzo del día con un canto de lo más alegre.
Tenía su casa en un árbol del monte. Cada amanecer, soltaba un fresco PIPÍ PIPIRIPIPÍ por los aires, y hacía saber a todos que era hora de despertar.
Dar el anuncio de un nuevo día era una tarea muy importante, y ella la cumplía al pie de la letra.
Hasta que llegó una pareja de cotorras, hizo un nido en lo alto de un árbol muy cerca del de la lechuza y se instaló para vivir allí. Después los parientes vinieron de visita: hermanos, tíos, sobrinos, cuñados, suegros que se encariñaron con el lugar y decidieron quedarse.
Lo malo es que desde las primeras luces hasta que se adormecía el día hablaban, hablaban y hablaban con voz tan estridente que apagaba cualquier otro sonido.
¿Conversaban o discutían? Quién podría saberlo.
-Insoportable –se decía la lechuza-. Es imposible hacer mi trabajo con semejante barullo. No puedo oírme a mí misma. ¿Quién me oirá, entonces?
Y se le ocurrió chistarles para que se callaran.
 -¡Shiiiiiiiii! –les chistaba cada tanto, y enseguida exclamaba a toda voz- ¡A callar!
Pero ellas como si tal cosa, sordas a la llamada de atención de su vecina.
Pasaban los días y la lechuza no perdía oportunidad de chistarles tratando de hacerlas callar. 
-¡Shiiiiiiiii!  ¡Shiiiiiiiii! –insistía desde su árbol-. ¡A callar!
Imaginaba la pobre que los habitantes del monte andarían desorientados sin su anuncio matutino, pero no le quedaban fuerzas para cambiar la situación.
El disgusto de no poder hacer su labor le había puesto blancas las plumas. Fue entonces que tomó la decisión de buscar otro lugar donde vivir. Ya vendría alguien a hacer su labor.
Voló hacia el sur adonde cerca de un árbol de paraíso que olía dulce como caramelo encontró un horno de barro abandonado muy confortable, y se quedó a vivir allí.
Su voz no era la misma, estaba disfónica de tanto retar a las cotorras. Y había quedado tan alterada por el barullo, que cualquier ruido fuerte la molestaba, entonces emitía un ¡Shiiiiiiiii!, igual que lo hace ahora.
Al dejar de anunciar la llegada del día, se acostumbró a salir de casa solo al ponerse el sol. Y no tardó en conseguir un nuevo trabajo: cazadora de ratones.
A veces en estos tiempos, sobre todo en las noches sin luna, la gente de por ahí cree ver un fantasma sobrevolando el lugar; pero no hay de qué preocuparse, es la blanca lechuza en busca de alimento.