La verdad verdadera
Del libro A la sombra de una pirámide, 2013
Parece que
en la antigüedad la
reina Hatshepsut
organizaba en su residencia unos banquetes que para qué te cuento:
comidas exóticas, vino del mejor, bufones, espectáculo de danza con
bailarinas traídas de otros países y los infaltables músicos,
entre ellos cinco ciegos que tocaban el arpa.
A estos hombres se los tenía en mucha estima porque eran grandes
artistas. Para compensar su invalidez tenían una gran habilidad
musical que deleitaba los oídos de reyes y funcionarios y hacía más
placenteras las fiestas. Un día, la reina quiso premiar a estos
hombres por la excelente labor que venían realizando hacía años.
Entonces, hizo que los llevaran de
excursión a su
recién estrenado pequeño zoológico para que conocieran, aunque más
no fuera por el tacto, cómo eran algunos animales traídos de otras
regiones de África y también de Asia: dos leopardos, una jirafa, un
elefante, tres mandriles, así como un buen número de pájaros
rarísimos. Un guía les iba diciendo el nombre de cada animal que
tocaban y los hombres, felices por la experiencia, daban constantes
exclamaciones de sorpresa.
"¡La jirafa es como una
escalera altísima!", opinaban, guiados por el tacto. O, si no:
"El leopardo tiene pelaje suave como el gato".
Cuando llegaron al elefante,
el guía puso a cada uno a tocar una parte de la enorme bestia: uno
tocó la cola, otro el colmillo, otro la trompa, etc. Pero, cuando
estaban en eso el animal se fastidió de que lo tocaran y se alejó
de ellos dando un sonoro grito, lo que dejó muy impresionados a los
ciegos. Más tarde, cuando se despidieron del guía y estaban en el
camino de regreso a sus casas, los ciegos hicieron comentarios de
todos los animales, y cuando llegaron al elefante, cada uno lo
describió a su manera:
- El elefante es como una
pared -dijo el que había tocado un lado del inmenso cuerpo.
- No, a mí me pareció como
una soga -dijo el que había tocado la cola.
- Se equivocan. Más bien es
como una gruesa serpiente que podría tragarnos a todos nosotros
-dijo el que había tocado la trompa.
- No pueden haber tocado el
mismo animal que yo. El elefante es como el tronco de un árbol -dijo
el que había tocado una pata-, de eso estoy seguro.
- De ninguna manera. Están
todos errados. Yo toqué bien y sé lo que les digo. El elefante es
como una madera dura y pulida -dijo el que había tocado el colmillo.
Como después de discutir
varias horas no se ponían de acuerdo y en cambio se estaban
disgustando los unos con los otros porque todos creían tener la
verdad, decidieron ir a consultar a un vidente, y quién mejor que un
viejo y sabio Maestro, se decían, para tener la verdad absoluta. Se
dirigieron entonces a la Casa de la Vida, una institución de
enseñanza donde aprendían escribas y sacerdotes y donde trabajaba
el Maestro.
Le contaron la experiencia que
habían tenido con el elefante y la conclusión a que había llegado
cada uno de ellos. Y esperaron en silencio el certero veredicto del
anciano, que no tardó en hablar.
Al irse del lugar los ciegos
ya no peleaban, pero estaban bastante confundidos. La respuesta del Maestro fue la siguiente: Señores, debo decir que
ninguno de ustedes tiene la verdad absoluta. Todos se equivocan, pero
todos tienen razón al mismo tiempo.