domingo, 18 de septiembre de 2022

ADAPTACIÓN DE LA PARÁBOLA DE LOS CIEGOS

 

La verdad verdadera

Del libro A la sombra de una pirámide, 2013


Parece que en la antigüedad la reina Hatshepsut organizaba en su residencia unos banquetes que para qué te cuento: comidas exóticas, vino del mejor, bufones, espectáculo de danza con bailarinas traídas de otros países y los infaltables músicos, entre ellos cinco ciegos que tocaban el arpa. A estos hombres se los tenía en mucha estima porque eran grandes artistas. Para compensar su invalidez tenían una gran habilidad musical que deleitaba los oídos de reyes y funcionarios y hacía más placenteras las fiestas. Un día, la reina quiso premiar a estos hombres por la excelente labor que venían realizando hacía años. Entonces, hizo que los llevaran de excursión a su recién estrenado pequeño zoológico para que conocieran, aunque más no fuera por el tacto, cómo eran algunos animales traídos de otras regiones de África y también de Asia: dos leopardos, una jirafa, un elefante, tres mandriles, así como un buen número de pájaros rarísimos. Un guía les iba diciendo el nombre de cada animal que tocaban y los hombres, felices por la experiencia, daban constantes exclamaciones de sorpresa.

"¡La jirafa es como una escalera altísima!", opinaban, guiados por el tacto. O, si no: "El leopardo tiene pelaje suave como el gato".

Cuando llegaron al elefante, el guía puso a cada uno a tocar una parte de la enorme bestia: uno tocó la cola, otro el colmillo, otro la trompa, etc. Pero, cuando estaban en eso el animal se fastidió de que lo tocaran y se alejó de ellos dando un sonoro grito, lo que dejó muy impresionados a los ciegos. Más tarde, cuando se despidieron del guía y estaban en el camino de regreso a sus casas, los ciegos hicieron comentarios de todos los animales, y cuando llegaron al elefante, cada uno lo describió a su manera:

- El elefante es como una pared -dijo el que había tocado un lado del inmenso cuerpo.

- No, a mí me pareció como una soga -dijo el que había tocado la cola.

- Se equivocan. Más bien es como una gruesa serpiente que podría tragarnos a todos nosotros -dijo el que había tocado la trompa.

- No pueden haber tocado el mismo animal que yo. El elefante es como el tronco de un árbol -dijo el que había tocado una pata-, de eso estoy seguro.

- De ninguna manera. Están todos errados. Yo toqué bien y sé lo que les digo. El elefante es como una madera dura y pulida -dijo el que había tocado el colmillo.

Como después de discutir varias horas no se ponían de acuerdo y en cambio se estaban disgustando los unos con los otros porque todos creían tener la verdad, decidieron ir a consultar a un vidente, y quién mejor que un viejo y sabio Maestro, se decían, para tener la verdad absoluta. Se dirigieron entonces a la Casa de la Vida, una institución de enseñanza donde aprendían escribas y sacerdotes y donde trabajaba el Maestro.

Le contaron la experiencia que habían tenido con el elefante y la conclusión a que había llegado cada uno de ellos. Y esperaron en silencio el certero veredicto del anciano, que no tardó en hablar.

Al irse del lugar los ciegos ya no peleaban, pero estaban bastante confundidos. La respuesta del Maestro fue la siguiente: Señores, debo decir que ninguno de ustedes tiene la verdad absoluta. Todos se equivocan, pero todos tienen razón al mismo tiempo.

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