miércoles, 13 de marzo de 2024

¡AY, ESTE RULO! (MACMILLAN)

 

Había una vez una mamá y un papá que tenían tres hijos varones, al menor de ellos lo llamaban Rulo. El papá era zapatero y los dos hijos mayores lo ayudaban en su trabajo, pero a Rulo lo tenían para los mandados, porque todos pensaban que era medio sonso. Pero Rulo era solo un poco torpe, en cambio  sabía contar muchos chistes, pero a nadie le hacían gracia. Cada vez que hacía algún lío sus padres exclamaban: ¡Ay, este Rulo!

Un día en que estaba jugando en el jardín, sus hermanos le dieron un paquete y le dijeron que le tenía que llevar los zapatos arreglados a doña Tremebunda y que no se fuera a olvidar de cobrar el trabajo, de lo contrario no habría plata para comprar la comida.

Entonces Rulo se encaminó, muy asustado, hacia la casa de doña Tremebunda que vivía en lo profundo del bosque, y de la que se decía que era una bruja que cuando alguien no le caía bien, ¡se lo comía crudo!

Al rato de caminar se encontró frente a la casa de la bruja. Hubiera salido corriendo del miedo que tenía, pero se acordó de que si no cobraba el trabajo no iban a poder comer. Así que, temblando, golpeó la puerta que se abrió con un horrible ruido. Rulo no tuvo más remedio que entrar. Y a pesar de que la casa estaba bastante oscura, pudo ver que la bruja era mucho más fea de lo que había imaginado.

Doña Tremebunda lo hizo sentar mientras ella revolvía un menjunje de olor muy extraño. Mientras esperaba sentado, a Rulo se le ocurrió una idea para caerle bien a la bruja y que no se lo comiera: le iba a contar sus chistes. Así lo hizo, y a la bruja sí que le gustaron porque no paraba de reírse. Cuando terminó de revolver el menjunje, se acercó a Rulo y le puso algo en la mano mientras le decía:

-Hacía mucho que no me divertía tanto. En agradecimiento te regalo estas semillas. Cuando llegues a tu casa, sembralas porque son especiales.

Rulo guardó las semillas, saludó a doña Tremebunda y se fue. Iba muy contento de que la bruja no se lo hubiera comido y, mejor todavía, le hubiera hecho un regalo.

Cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue sembrar las semillas y regarlas. En eso estaba cuando se dio cuenta de que no le había cobrado el trabajo de los zapatos, ¡cómo se iba a enojar su padre!

Entró a la casa donde estaba su familia y contó todo lo que había pasado. Entonces sus padres, agarrándose la cabeza, exclamaron: “¡Ay, este Rulo!”

Pero Rulo, sin darles tiempo a que se enojaran más, los llevó a donde había sembrado las semillas. Y se quedaron todos con la boca abierta: de las semillas habían crecido árboles de duraznos, de peras, de manzanas, también verduras y grandes gallinas ponedoras de huevos. Ya no iban a tener que preocuparse nunca más por la comida.

Los padres, contentísimos, lo abrazaron y exclamaron: ¡Ay, este Rulo, es el mejor!


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