Aunque parezca mentira, en un tiempo muy lejano la lechuza era la
encargada de anunciar el comienzo del día con un canto de lo más alegre.
Tenía su casa en un árbol del monte. Cada amanecer, soltaba un fresco
PIPÍ PIPIRIPIPÍ por los aires, y hacía saber a todos que era hora de despertar.
Dar el anuncio de un nuevo día era una tarea muy importante, y ella la
cumplía al pie de la letra.
Hasta que llegó una pareja de cotorras, hizo un nido en lo alto de un
árbol muy cerca del de la lechuza y se instaló para vivir allí. Después los
parientes vinieron de visita: hermanos, tíos, sobrinos, cuñados, suegros que se
encariñaron con el lugar y decidieron quedarse.
Lo malo es que desde las primeras luces hasta que se adormecía el día hablaban,
hablaban y hablaban con voz tan estridente que apagaba cualquier otro sonido.
¿Conversaban o discutían? Quién podría saberlo.
-Insoportable –se decía la lechuza-. Es imposible hacer mi trabajo con
semejante barullo. No puedo oírme a mí misma. ¿Quién me oirá, entonces?
Y se le ocurrió chistarles para que se callaran.
-¡Shiiiiiiiii! –les chistaba cada
tanto, y enseguida exclamaba a toda voz- ¡A callar!
Pero ellas como si tal cosa, sordas a la llamada de atención de su
vecina.
Pasaban los días y la lechuza no perdía oportunidad de chistarles tratando
de hacerlas callar.
-¡Shiiiiiiiii! ¡Shiiiiiiiii!
–insistía desde su árbol-. ¡A callar!
Imaginaba la pobre que los habitantes del monte andarían desorientados
sin su anuncio matutino, pero no le quedaban fuerzas para cambiar la situación.
El disgusto de no poder hacer su labor le había puesto blancas las
plumas. Fue entonces que tomó la decisión de buscar otro lugar donde vivir. Ya
vendría alguien a hacer su labor.
Voló hacia el sur adonde cerca de un árbol de paraíso que olía dulce
como caramelo encontró un horno de barro abandonado muy confortable, y se quedó
a vivir allí.
Su voz no era la misma, estaba disfónica de tanto retar a las cotorras.
Y había quedado tan alterada por el barullo, que cualquier ruido fuerte la
molestaba, entonces emitía un ¡Shiiiiiiiii!, igual que lo hace ahora.
Al dejar de anunciar la llegada del día, se acostumbró a salir de casa solo
al ponerse el sol. Y no tardó en conseguir un nuevo trabajo: cazadora de
ratones.
A veces en estos tiempos, sobre todo en las noches sin luna, la gente de
por ahí cree ver un fantasma sobrevolando el lugar; pero no hay de qué
preocuparse, es la blanca lechuza en busca de alimento.
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